El siglo actual comenzó con unos buenos augurios para los españoles. Acabábamos de entrar en el club del euro. Ocupábamos un lugar -en Europa y en el mundo- acorde con nuestra posición económica e histórica. Con la democracia que nos dimos los españoles- en los años setenta del siglo pasado-, parecía que habíamos superado los demonios que nos acompañaban en algunas etapas de nuestra historia.
Esta -aparentemente- placentera vida en común, se vio truncada por el mayor atentado terrorista de la Europa de este siglo. No había ninguna causa que lo justificara, dada la bonanza interna y externa en que vivíamos. Pese a todo, ocurrió lo inesperado, y el día 11 de marzo de 2004 a las 7.40 horas, explosionaron simultáneamente cuatro trenes de Cercanías, en Madrid y dos estaciones cercanas; procedían de Guadalajara y Alcalá de Henares. El balance no pudo ser más trágico: casi 2100 víctimas reconocidas, de las que 192 fueron mortales, mi hijo entre éstas. Eran personas sencillas que se desplazaban en los trenes a cumplir con sus deberes cotidianos, un treinta por ciento eran extranjeros que escogieron nuestro país para vivir, no para morir. Supongo que ninguna tenía deudas ni razones para ser elegida por los autores de los atentados. A los terroristas parecía importarles más el número que la identidad de sus víctimas; ellos también procuraron ocultar su identidad, hasta el punto de que quince años después seguimos sin conocer a los verdaderos autores. Y lo que es más grave, nuestro Estado de Derecho, representado por sus tres instituciones, sólo parece preocupado por silenciar y olvidar todo lo relacionado con este gran crimen cometido en tiempos de paz. Esta actitud resulta incomprensible para algunas víctimas, para una parte pensante del noble pueblo español e incluso para cualquier analista ajeno a las partes afectadas (Ver documental de Cyrille Martin, titulado Zougam, un nuevo Dreyfus).
La España sobrevenida de las elecciones del 13 de marzo de 2004, en mi opinión, no parece la heredera lógica de la de los años que precedieron al 11-M. Algunas frases y hechos pueden ayudarnos a entender mi afirmación:
En algún medio de comunicación importante se habló de un tiempo nuevo, derivado de los atentados. Supongo que ese tiempo nuevo se debía referir a los hechos que, quince años después, hemos vivido en España:
El tiempo nuevo se puede asociar a una España al borde de la ruina económica, campeona del paro, del déficit y de la deuda externa. El bipartidismo se ha transformado en más pluripartidismo pero incapacitante para la normal gobernanza. Eso sí, el consenso es total para silenciar el 11-M y para que la memoria histórica nos ayude a impedir cualquier atisbo de que la VERDAD y la JUSTICIA de aquel atentado se puedan volver contra los responsables que alumbraron este tiempo de sedición, de luchas intestinas y de terrorismo con representación institucional.
Desearía equivocarme desde mi observatorio, pero algo hay que no encaja en mi lógica, cuando para una víctima del 11-M, este crimen múltiple resulta inolvidable mientras para nuestro Estado de Derecho es un objetivo de olvido total y permanente. Creo que nunca hay efecto sin causa.