En la entrevista que BertÃn le hizo a Rajoy, hubo un momento cumbre que los potenciales votantes del PP deberÃan repasar. Se produjo cuando el simpático entrevistador le hizo una pregunta a la que todo polÃtico de fuste deberÃa tener respuesta. Le pidió que le hablara de un polÃtico por el que sintiera admiración. Cualquiera que se dedique a la polÃtica tiene algún Ãdolo al que querer parecerse. Puede admirarse la simplicidad de un Reagan, la firmeza de una Thatcher, la ductilidad de un Kohl, el idealismo de un Kennedy, el realismo de un Kissinger. Si han de ser españoles, puede halagarse la visión de Estado de Cánovas o la voluntad regeneracionista de Maura. Y si además de español ha de ser contemporáneo, a Rajoy siempre le queda Aznar, que, con todas sus limitaciones, sigue siendo el mejor presidente de Gobierno que ha tenido España desde que somos una democracia. Y encima pertenece a su partido.
¿Y qué contestó Rajoy? Después de quejarse de la pregunta como si fuera un insulto preguntarle a él, el Churchill del siglo XXI, que a quién admiraba, cuando debÃan ser los demás los que lo admiraran a él, se negó a responder reconociendo abiertamente que no admiraba a nadie ni a nadie tenÃa como modelo inspirador. Es como si un futbolista, un escritor, un pintor, un cineasta o un arquitecto dijeran que no tienen nada que aprender de nadie y que por tanto ninguno que se haya dedicado a su profesión antes que él tiene nada que enseñarle. BertÃn, al ver que no le respondÃa, le sugirió a un polÃtico que sà contaba con su admiración, y le propuso el nombre de Felipe González. Rajoy, al ver que González era personaje de la devoción del andaluz, no se atrevió a afearle el gusto y bisbiseó unas pocas palabras de halago acerca del presidente bajo cuyo mandato se creó desde el Gobierno la organización terrorista conocida como el GAL. La cosa tiene delito porque fue el PP, en el que Mariano Rajoy ya ocupaba un puesto de responsabilidad, el que logró frustrar el proyecto del Gonzalato consistente en que González fuera presidente del Gobierno por los siglos de los siglos. Porque durante la última legislatura en la que gobernó González, el presidente de su partido sufrió un atentado que, de haber tenido éxito, hubiera dado el poder al PSOE durante al menos una década más. Porque González dejó el paÃs convertido en el paraÃso del desempleo y en una cloaca de corrupción que tuvieron que tratar de sanar los sucesivos Gobiernos de los que participó Rajoy. Y porque la culpa de que en España haya un veinte por ciento de paro y no haya división de poderes la tienen las leyes de González, aunque el PP, en general, y Rajoy, en particular, tengan su parte de responsabilidad por no haberlas derogado o reformado. De modo que Rajoy no tiene referentes y, si alguno tiene, comparte con BertÃn el de Felipe González. Éstas son las manos en las que estamos.