En las próximas semanas, vamos a ver a nuestro Gobierno haciendo todo tipo de piruetas retóricas para explicarnos por qué no han podido hacer nada para evitar la inflación que ya está aquí y que recortará el crecimiento previsto para este año y el próximo. Los altos precios internacionales de la energía, las tensiones en la cadena de suministros, cuellos de botella en la producción de algunas materias primas... los culpable están saliendo a la luz y todos tienen la misma característica: están fuera de su alcance y afectan a todos los países. "Pío, pío, que yo no he sido..." versión Sánchez-Calviño.
No nos pilla por sorpresa. Cuando en el verano-otoño de 2008 se desató una crisis financiera a escala global que venía anunciándose desde al menos un par de años antes, la reacción fue similar: señalar lo obvio ("esto es un problema originado fuera") y obviar lo importante (cómo estamos preparados nosotros para afrontarlo). Porque todos pasamos por los años post-Lehman... pero sólo hubo una Grecia y unas cuantas semi-Grecias (España, Italia, Portugal). Los alemanes o los holandeses sufrieron años complicados entre 2007 y 2010, pero los que quebraron fueron los helenos y los que estuvimos a punto de despeñarnos por el mismo precipicio, el resto de los PIGS.
Ahora llega la inflación y la recuperación post-covid se anticipa más complicada de lo previsto. El debate no debería girar en torno a las causas de la subida de los precios (un tema más propio de una discusión académica) sino alrededor de preguntas que no queremos hacernos: qué vamos a hacer en lo que nos toca y quién será la Grecia de esta crisis. Porque nosotros tenemos muchas papeletas.
En este contexto, discutir sobre por qué está disparado el gas no nos llevará demasiado lejos. Podemos replantearnos la política energética disparatada que sigue Europa desde hace dos décadas. Pero eso tiene poco arreglo a unos años vista, aparte de que nadie parece realmente dispuesto a hacer algo al respecto. Ahora, lo más relevante es cómo protegernos para lo que llega (si es que todavía estamos a tiempo).
Al final, esto es como un huracán de esos que se forman en el Caribe al final del verano. Puede golpear muchas islas, pero no en todas hace los mismos destrozos. Del mismo modo, si tuviéramos que hacer un dibujo del país peor preparado para enfrentar la tormenta, nos saldría algo así:
Los cumplimos uno a uno como si estuvieran diseñados para nosotros. Ni haciéndolo a propósito encajaríamos mejor en el retrato robot de "el país que peor lo pasará si las cosas se complican".
Volvemos a la inflación: sí, está disparada en todos los países europeos pero, entre los grandes, sólo Alemania (otros con una política energética "comprometida y verde") tiene una décima (4,1% interanual) más que España (4,0%). Francia está en el 2,7% e Italia en el 3,0%. Para la Eurozona en su conjunto, el 3,4% que Eurostat anticipa para septiembre es el máximo de la última década.
Mi apuesta siempre fue que la realidad nos alcanzaría en 2026-27: se termina la euforia del crecimiento post-pandemia, llega la realidad a la política monetaria, comienzan las tensiones inflacionistas y los halcones toman posiciones en el BCE, las promesas de gasto en pensiones y sanidad disparan todavía más el déficit, se agota la paciencia del resto de los socios de la Eurozona ante nuestros incumplimientos... Pero ahora ya no tengo tan claro si el período de gracia durará tanto tiempo. Comienzan a sentirse los primeros síntomas de que las cosas van mal, de que el huracán se acerca. A todos los países de la Eurozona les golpeará, pero no a todos les afectará en la misma manera.
La Eurozona no quebró en 2008. Todos lo pasamos mal, pero a quien se llevó la Gran Recesión por delante fue a Grecia, que todavía no se ha recuperado ni tiene pinta de que vaya a hacerlo a corto plazo. Nosotros salimos de aquello llenos de magulladuras, pero todavía a flote. Eso sí, sin aprender apenas ninguna lección ni tomar medidas para evitar que nos volviera a pillar desprevenidos la tormenta. Y con el mismo discurso de siempre: "Esto no es culpa nuestra, viene de fuera, a todos los países les está afectando..." Como si fuera una maldición divina. Pero no lo es. Los precios del gas no están en nuestras manos; el resto de factores, sí; y no hemos querido y seguimos sin querer hacer nada en aquello que podemos controlar. Lo que nos pase, llevamos años buscándolo.