Peter Lynch no es un inversor corriente. De hecho, el 90% de los casos que explica en su libro Un paso por delante de Wall Street, reeditado ahora por Deusto, aunque escrito en 1989, hace ya más de un cuarto de siglo, se refieren a sus errores: empresas que no compró y se dispararon; acciones que sí adquirió y se hundieron; oportunidades que no vio; valores de los que se desprendió cuando aún tenían mucho margen de revalorización; o títulos con los que se casó, que mantuvo contra viento y marea y de los que se desprendió cuando se dio cuenta de que no recuperaría nada de lo invertido.
Sí, este señor quiere explicarle cómo hacerse millonario invirtiendo en Bolsa explicándole sus fracasos. Apenas hay en el libro un puñado de relatos de éxito. Casi todos los ejemplos reflejan lo mal que lo hizo. Y probablemente ésa es la primera lección para el aficionado: aprenda de sus errores. También es cierto que cuando eres uno de los inversores más exitosos de la historia, un mito de Wall Street que mantiene el récord de ganancias en un fondo en un período de veinte años y te has retirado (multimillonario) a los 46 años, para dedicarte a la filantropía con el dinero que has ganado en el parqué... pues entonces es más sencillo reconocer tus faltas. No es probable que te las vayan a echar en cara.
De hecho, Lynch va un paso más allá. No sólo es que admita que se equivoca a menudo. Es que también reconoce que no comprende muchos de los nuevos productos financieros que dominan el discurso y la jerga de los inversores, los canales especializados y la prensa color salmón: "No hay ninguna razón para explicar cómo funcionan realmente los futuros y las opciones, que que 1) requieren una exposición larga y tediosa, después de la cual usted seguirá igual de confuso, 2) un mayor conocimiento de ellos podría incitarle a comprarlos y 3) yo tampoco entiendo cómo funcionan los futuros ni las opciones".
Quizás haya quien piense que no es un comienzo muy prometedor. Un libro sobre inversión que se basa en malas (pésimas, podría decirse) inversiones, escrito por un tipo que no sabe cómo funcionan la mayoría de los productos que le ofrecerá su intermediario y publicado por primera vez en 1989, algo así como la prehistoria de los modernos mercados de valores. Y sin embargo, uno acaba sus 20 capítulos y 365 páginas con la sensación de que nunca ha leído nada mejor sobre cómo comprar y vender acciones. Hacerse millonario con la Bolsa no es sencillo, pero está claro que Lynch conoce el camino.
En realidad, no hay nada extraño en sus consejos. Es sentido común en estado puro. El capitalismo en su mejor versión: invertir en buenos negocios que generan riqueza siendo útiles a sus clientes. Nada que ver con el casino con el que a veces se compara al mercado de valores. Las razones que justifican una inversión son las mismas que habrían servido hace 400 años en Amsterdam, cuando los mercaderes holandeses buscaban socios con los que financiar sus flotas: tan sencillo como encontrar una empresa que tenga un buen producto, que se haya hecho con una cuota de mercado importante gracias al trabajo y la imaginación de sus creadores, que haya logrado ventajas competitivas complicadas de replicar y que cotice a un precio razonable respecto a su valor. Si usted la conoce: ponga ahí sus ahorros, ha descubierto una 10-bagger (así llama a a las acciones que han multiplicado por diez su valor).
No sólo eso, nadie mejor que un cliente para conocer el verdadero potencial de una empresa. Olvídese de los valores de moda en los sectores de moda. La peor razón para comprar una acción es que haya subido en los últimos meses y la peor razón para venderla es que haya bajado. Lo que necesita para hacerse millonario es una empresa aburrida, con un nombre absurdo, en un sector despreciado por los analistas y con un historial en Bolsa en los últimos años deprimente.
Además, Lynch combina su sabiduría como inversor con una sorprendente capacidad para conectar con el ciudadano medio. Su lenguaje es sencillo y claro, desprovisto de esos tecnicismos con los que los supuestos expertos tratan de apabullar o confundir al recién llegado. Lynch lo tiene claro y así se lo transmite a sus lectores: si no entiende un negocio, no compre sus acciones, y si no entiende un producto, no ponga un duro en él.
Por eso, leer este libro no es sólo un descubrimiento constante. Es también un auténtico placer. Uno se encuentra riendo a carcajadas con sus aforismos, con los que se desmitifica a sí mismo, al mercado, a los agentes de Bolsa profesionales o a los bancos de inversión. De hecho, terminas la introducción y piensas que no sólo te habría encantado confiarle tu dinero a este hombre en 1980... es que también habría sido un placer compartir las rondas de golf de octubre de 1987 en Irlanda, mientras el mercado se hundía y Lynch fallaba todos los putts del mundo.
Las siguientes son sólo algunas de sus mejores frases: