El libre comercio es uno de esos misterios que pertenecen más al fenómeno de las ciencias paranormales que al de la economía. En términos generales, casi todo el mundo está a favor. Cómo no estarlo. Si se trata de integrar mercados, incrementar la eficiencia, buscar nuevas oportunidades,...
El problema llega con los matices. Entonces, aparecen los que recuerdan que la apertura de fronteras está bien, pero ellos son un sector estratégico; los que creen que hay industrias nacientes a las que hay que cuidar; los que piden protección para la cultura, que no es un producto comercial normal; o los que alertan sobre el peligro de invasión de las grandes multinacionales. Y al final, los intereses especiales (ese típico: "Sí a la apertura de fronteras, pero...") y los grupos de presión acaban matando los acuerdos comerciales.
Hace meses que la UE y EEUU anunciaron la apertura del que podría ser el tratado comercial más importante de la historia. Se habla de 65.000 millones al año de beneficios para los ciudadanos europeos, en forma de menores precios y más competitividad, y una cantidad similar para los norteamericanos. El problema es que hay demasiados frentes abiertos: el cultural, el financiero, la legislación laboral,... Eso sí, en Bruselas y Washington son optimistas. Se asegura que hay impulso político desde los dos lados del Atlántico. Y el calendario podría también echar una mano.
El Tafta (nombre con el que se conoce el acuerdo) es una de las grandes iniciativas a nivel internacional que ha puesto en marcha la administración de Barack Obama. En otros casos, se trataba de cerrar o cambiar situaciones heredadas, pero de este acuerdo se empezó a hablar cuando el demócrata ya estaba en la Casa Blanca.
Para un presidente que está a tres años de finalizar su mandato, dejar como "legado" el que ya se conoce como "OTAN de la economía" sería muy importante. Si además estamos ante un tema en el que existe un cierto acuerdo bipartidista, pues entonces todo se facilita. No parece que los republicanos vayan a enfrentarse al Gobierno en una cuestión en la que, en términos generales, están de acuerdo.
En Europa, superadas las primeras reticencias del Gobierno francés en lo que hace referencia a la cultura (quiere proteger a sus artistas a toda costa), el mandato que se le ha dado a la Comisión Europea es bastante amplio. Se quedan fuera esta cuestión cultural, el sector de la defensa y temas de investigación científica (por ejemplo, con el uso de hormonas). Y poco más. Todo lo demás está sobre la mesa, con lo que eso supone: por un lado, se busca un acuerdo histórico; por otro, hay muchas más posibilidades de que surjan enfrentamientos en los márgenes.
En cualquier caso, ya hay una fecha en el horizonte: 2015. El año que viene habrá elecciones al Parlamento Europeo y a las dos cámaras en EEUU (las elecciones de mitad de mandato). Pero luego se abre una ventana de oportunidad de casi dos años de margen, sin presiones desde las urnas. Los negociadores de ambos bandos ya están intercambiando visitas. Son equipos al más alto nivel, con decenas de implicados por cada parte y especialistas en todos los temas conflictivos.
Las reuniones, cada dos meses, avanzan a buen ritmo. La idea es cerrar los temas a tratar antes de final de año y luego ir pactando cada parte a lo largo de 2014, para tener un texto listo en el siguiente ejercicio. No será sencillo. Los responsables repiten que no se trata del clásico acuerdo comercial, sobre aranceles o apertura a tal o cual producto. En realidad, hablamos de una negociación con tres grandes capítulos. Una aproximación muy poco común en estos grandes acuerdos:
Otros temas: propiedad intelectual (patentes), derechos laborales, normativa medioambiental, impuestos,... Son cuestiones que pueden parecer menores pero son muy sensibles. Afectan a todos los sectores, son transversales, y los puntos de partida son muy distantes. Las empresas de ambos lados del Atlántico (especialmente las europeas) acusan a sus competidoras de beneficiarse de una legislación más laxa en una u otra cuestión. Solventarlo no será sencillo, porque al mismo tiempo se ven afectados otros intereses que son muy difíciles de cambiar. Se da por supuesto que habrá un acercamiento de posturas, pero parece imposible que haya una armonización absoluta en estas cuestiones.