No sabe inglés, ni alemán, ni mucho menos sueco. Pero Juan el empresario tiene billete para Estocolmo. Allí se celebra la Feria más importante de su sector en Europa. Él no ha estado nunca en Suecia. ¿Para qué? Hasta el año pasado, el 85% de sus ventas se concentraba en España. Y el resto se colocaba a medias entre Portugal y un par de distribuidores franceses que se las movían en el país vecino y en Italia.
Pero ahora ese esquema ya no sirve. Dos de sus clientes gordos han cerrado. Y los demás, sobreviven a duras penas. Sus pedidos son un mero reflejo de lo que eran en los años de la burbuja. Y Juan no está dispuesto a que la maldita crisis se lleve por delante el trabajo de tantos años. El suyo y el de sus 45 empleados. No señor. Aunque no le gustan los trajes, ya tiene las corbatas preparadas; junto a la maleta con las muestras.
El expositor le ha costado una pasta. No ha sido fácil conseguirla, porque la línea de crédito del banco está por las nubes. Pero no hay marcha atrás. Con un poco de chapurreo del inglés y con la ayuda de su chico, que hace unos años terminó la carrera y está aprendiendo a manejar la empresa, cree que saldrá adelante con los visitantes. Sabe que no aparecerá en las noticias. Hace años que dejó de ser "emprendedor", ésa palabra tan bonita que no se les cae de la boca a los políticos. Él es "empresario". Un tipo que desde hace cuatro décadas se está jugando todo lo que tiene a una carta: su empresa. También es uno de los 136.000 héroes anónimos que luchan a brazo partido cada día por sacar este país adelante con sus exportaciones.
La anterior historia es ficticia. O quizás no. Puede que no exista un Juan exactamente igual al del relato. Pero todos los datos están cogidos de historias reales. Algunas las han podido leer aquí, en Libre Mercado, en la serie que desde hace dos años dedicamos a los pequeños empresarios.
Lo cierto es que existen miles de juanes. Según los datos del Ministerio de Economía, son 136.973. Unos pocos de ellos son grandes multinacionales: los Zara, Telefónica, Repsol, Ferrovial o Mango. Son esos nombres que uno encuentra en un aeropuerto o en la Quinta Avenida. Y que le hacen sentirse orgulloso de ser español. Quien más quien menos, casi todo el mundo piensa: "Nosotros también podemos".
Pero la gran mayoría no tienen la capacidad de estos gigantes. Para muchas empresas de tamaño medio, la internacionalización es una aventura. España nunca ha sido un país demasiado exportador. De hecho, desde que en 1971 se empezaron a recoger datos de balanza comercial, nunca había habido un mes como este marzo de 2013, con superávit. Pero ahora, Juan no tiene otra opción. La única manera de mantener su empresa abierta es vendiendo a gente a la que antes no le vendía. No está solo. Lo están haciendo a miles. Son las caras que se esconden detrás de estas cifras:
Sergio García, de Garmol, es uno de esos juanes de nuestro relato. Hace un año comenzó a exportar: "Nos sentíamos muy cómodos en España, pero tuvimos que dar el paso. Con un poquito de inglés y la ayuda de un traductor nos fuimos a la Feria de Fráncfort". Ahora, un 60% de sus ventas son en el extranjero. Y los clientes se pelean por sus fantásticos carritos de la compra. Los chinos serán más baratos, pero no pueden competir "en calidad".
El viernes, el secretario de Estado de Comercio presentaba los datos de la balanza comercial. El Gobierno celebra (algo lógico) una de las pocas cifras que ponen algo de luz en el futuro a corto plazo de la economía española. Pero el mérito no es de los políticos. Es de los 136.000 juanes, de Sergio, de sus trabajadores. Este sábado, Libre Mercado inicia un pequeño serial con seis de sus historias. El relato real de seis héroes a los que este país probablemente nunca condecorará. Ni falta que hace. Sólo están haciendo su trabajo.